Si el Sub Marcos murió el pasado mayo para devolverle la vida al maestro zapatista Galeano, el sábado en la mañana pareciera que el maestro indígena hubiera llegado acompañado de Luis Villoro Toranzo al homenaje de ambos. Las palabras del ilustre resonaron entre la niebla de Oventic como si las semillas que dejó en vida estuvieran floreciendo frente a todos los presentes en el acto. Y los presentes que nunca lo habían conocido en vida, pudieron verlo, escucharlo, aprenderlo e imaginarlo a través de los testimionios de sus compañeros y compañeras, de sus familiares. Éste es un texto para retratar a Luis Villoro, tal y como apareció entre las nieblas de Oventik.
Luis Villoro, presente
“¿Para que sirve la filosofía?”, exclamaba Luis Villoro en la voz de Adolfo Gilly frente a miles de miradas asomadas tras pasamontañas. “La filosofía es el tábano de las ideologías políticas, de las doctrinas, es el testimonio de la liberación”, sentenciaba su voz. Doctor Luis Villoro Toranzo, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, fundador de grupo Imperion, discípulo de José Grau, investigador del Instituto de Investigaciones Filosoficas, miembro del Colegio Nacional de México, presidente de la Asociación Filosófica de México y miembro honorario de la academia mexicana de la lengua, entre otras cosas.
Pero el célebre filósofo fue a parar a Chiapas, donde encontró más respuestas a sus preguntas en la lucha zapatista que en el mundo académico del que venía. “Justicia, es la gran ausencia de la historia”, compartió Villoro en la voz de su compañera Fernanda Navarro. “El arte, la cultura, los movimientos sociales demuestran que los muertos siguen vivos”, continuaba, esta vez en la voz de su hijo Juan. ¿Cuál sino hubiera sido la razón del homenaje?. Y sus palabras y pensares y aprendizajes revolucionarios siguieron atravesando la niebla: “El amanecer comienza cuando comienza a haber luz, veo una silueta y pienso que es mi hermano”.
El rompecabezas de don Luis
Al paso de los minutos, al tránsito de las palabras, al sonido de las voces de todos sus seres queridos, el reputado académico fue convirtiéndose poco a poco en un maestro para sus oyentes, en un hombre cercano, en un compañero más. Hasta aparecer vestido con su saco oscuro, su pantalón de pana, su camisa, sus mocasines y con su boina, en el umbral de la puerta del cuartel general de la comandancia del EZLN. Así se apostó, relataban los recuerdos del Subcomandante Insurgente Galeano, una madrugada en que el difunto Subcomandante Insurgente Marcos andaría escribiendo, o leyendo, o buscando alguna bolsita de tabaco seco en los recodos de su escritorio. “Ustedes allá afuera conocen a Don Luis Villoro como un pensador brillante, pero nosotros nosotras zapatistas le conocemos como…”, introdujo el Subcomandante Galeano. Llegó por primera vez al cuartel general de la comandancia el académico para convertirse en el miliciano don Luís. Para “entrarse de zapatista”. Y así sucedió, cuentan los escritos del subcomandante Galeano cuando un día fue Marcos.
Y con esa retórica literaria el actual subcomandante insurgente Galeano dibujó “un contorno más o menos definido, más o menos nítido, de una pieza de un rompecabezas gigantesco, terrible y maravilloso”, el del Luis Villoro Toranzo, nacido en Barcelona el 3 de noviembre de 1922, hecho mexicano y fallecido hace apenas doce meses. A dos de mayo de 2015, el Sub Galeano narró la historia escrita el 2 de mayo del 2014 por el Sub. Marcos: “Don Luis cumplió su misión como centinela en uno de los puestos de guardia de la periferia zapatista”.
El regalo de don Luis
Otra madrugada, a las nueve de la noche. Imagine cuál sería el regalo perfecto. El que no pudiera ser agradecido. O el que no fuera regalo. Por ejemplo un enigma, una pieza del rompecabezas, o sea un regalo sin razón de ser, si no hay una razón aumenta la sorpresa. Podría ser un regalo el no poder ser agradecido por el regalo. Eso, un regalo que no se pueda agradecer sería muy zapatista. “Antes de cruzar el dintel de la puerta sin voltear a verme dijo se colocó la boina, me dijo algo más y se fue. Ahora a más de doce lunas de su ausencia puedo contar lo que me dijo”, el que fue un día Marcos prosiguió con las palabras de Don Luis: “Quiero pedirte algo, no vaya usted a decir nada de esto a nadie más de momento” y continuó: “Cuénteles mi historia, esta parte de mi historia.
Entonces ellos y ellas entenderán que no me escondí de ellos, solo lo guardé como regalo. Porque el encanto de los regalos es que son una sorpresa. Dígales que les regalo este pedazo de mi vida”.